viernes, 11 de septiembre de 2009

Destrúyanlo y lo reconstruiré en 3 días... (Jn 2,19)


Es difícil hablar con sencillez y brevedad de hondísimo significado existencial, teológico, espiritual y claro, político del templo para el pueblo de Israel y también para nosotros.


Quizás baste recordar que es el lugar de la presencia más densa de Dios sobre la tierra.  La alianza establecida entre Dios y su pueblo a través de Moisés en el Monte Sinaí, cuyo contrato son los 10 mandamientos, custodia este acuerdo de mutua pertenencia en una de las recámaras de este espacio tan particular. Construido por Salomón, el legendario y sabio rey que logró unificar a Israel en su capital y le dio un esplendor incomparable, destruido en la época del exilio y reconstruido luego en época de Herodes, vuelve a caer en tiempos de los romanos luego de la revuelta de Jamnia en el año 71 después de Cristo.

Alcanzó dimensiones monumentales. Fue la construcción romana (qué paradoja!) más impresionante fuera del centro imperial. Cubría casi la mitad de la ciudad vieja, y en torno a él se movía la vida religiosa, económica y política de la Palestina. Hasta se habían diseñado enormes cisternas subterráneas para proveer a los ritos de purificación prescriptos por la ley. Con diferentes patios, escaleras, espacios para gentiles, para cambistas, para la compra de los animales para el sacrificio, y una prohibición explicita de acceso para cualquier no judío, so pena de muerte.

Este centro de peregrinación y espiritualidad, desde el 70 de nuestra era es sólo una ruina. Una identidad destruida. El máximo dolor de nuestros hermanos mayores, que todavía no logran descubrir la misteriosa transposición de esta residencia de Dios en la tierra.  Si de ellos aprendiéramos al menos la devoción y el fervor en la veneración de lo que queda de la presencia del Dios trascendente... entenderíamos un poco más la hondura de lo que transmite Jesús en estos textos.

Es por eso que ver la fidelidad de esta gente al menos a mí me mueve y conmueve. Porque deciden definir su vida en torno a esta presencia, aún remota y totalmente trascendente. Porque viven de la esperanza en la reconstrucción de este templo. Porque aún en los momentos más felices de su vida, recuerdan este hecho de la destrucción para alimentar la esperanza de la reconstrucción de este recinto, del reestablecimiento de esta presencia. Este es el significado de la pintoresca copa de cristal rota en cualquier ceremonia nupcial hebrea.

Las filacterias,  esas cajitas que contienen también el Shemá Israel prescripto en el Deuteronomio y que se colocan en la cabeza (Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Graba en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy. Incúlcalas a tus hijos, y háblales de ellas cuando estés en tu casa y cuando vayas de viaje, al acostarte y al levantarte. Atalas a tu mano como un signo, y que estén como una marca sobre tu frente.Escríbelas en las puertas de tu casa y en sus postes Dt. 6,4-9), de las que salen cintas que se enroscan en los brazos para no olvidar jamás el mandamiento que también rige para nosotros, hablan de una existencia que quiere ser envuelta por la fidelidad y la radicalidad.

El mecerse devotamente al ritmo letánico ( http://www.youtube.com/watch?v=MSI6zXbN5tE ) de lo que recitan quiere simplemente incorporar al cuerpo en esta alabanza nostálgica. Maravilloso. Conmovedor.

Pues bien, para nuestra fe, la cita con Dios no es más en  un lugar físico - geográfico. El templo, como bien dice la cita de Jn 2 , es el cuerpo del crucificado - resucitado.  La cita es en Xto. Un espacio físico-personal-comunitario. Es decir: el Templo es Cristo. El lugar donde Dios habita, y dónde se deja alcanzar, es la humanidad crucificada y resucitada de su Hijo, a  la cual estamos unidos sacramentalmente por el bautismo.

Si el templo es Cristo, y como en él fuimos bautizados, somos su cuerpo. El templo somos también nosotros. Como piedras vivas según Pedro, pero también en tanto miembros de este cuerpo, del cual Cristo es la cabeza. No quiero ponerme en profesor. No es el momento. Simplemente, marcar el desplazamiento más que interesante del centro de devoción. De un lugar físico geográfico, a uno  personal que en principio es trascencente, pero de una trascendencia que incluye la historia, y nos incluye a nosotros. El centro de devoción es el cuerpo de Cristo, presente en los hermanos.

Si veneráramos al otro como esta gente venera este muro, sería todo tan diferente... Mateo 25 muestra el nuevo muro: el hambriento, el sediento, el enfermo, el preso. El otro, en tanto asumido por Cristo. 

1 comentario:

  1. Hola te felicito por las narraciones.Ayudan, como toda buena narración, a meterse en el mundo desconocido para salir con más elementos que la propia imaginación.Gracias por compartirla.
    Lea

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