A mi ilusión de niño todavía le duele el golpe que se pegó al caerse de la alfombra voladora en la que sentía hasta el viento en la cara, cuando leía Las mil y una noches. Lejos de princesas envueltas en velos traslúcidos, cimitarras y perfumes imposibles la vida de los beduinos reales sólo se diferencia de la de nuestros pobres en el hecho de que todavía arreglan matrimonios ofreciendo lotes de cabras y camellos. Al menos eso es lo hicieron con la hija de una de nuestro contigente. Quizás en broma, sí. Pero es lo primero que le salió a nuestro guía del Sinaí cuando la vio: "si tu hija es como vos, te la compro por 20 cabras y 2 camellos (famélicos y maltrechos)". Simpático, no?
A la realidad violenta de la pobreza beduina, el italiano que nos guiaba la amortiguaba mostrándonos sus "insediamenti" en el medio del desierto rocoso y llamándolas "barracopoli". ¿No es exótico? Los descendientes del Dante le dan a veces a la crudeza una complejidad y señorío difíciles de imitar. Para muestra baste un botón: a los afectados por el terremoto de L' Aquila los llamaban "i terremotati" -casi un título universitario- y al tolderío donde todavía viven le llaman: Tendopoli. Si uno se descuida, puede pasar por una antigua y altiva ciudad de la Magna Grecia, en alguna isola perduta del Mediterraneo, de esas que trepan las montañas y tienen bahías de ensueño sobre aguas demasiado azules. Pues no. Eran tristes carpas para refugiados. Bueh, de la misma manera, eccoci una legítima barracopolis beduina..
Lo que la irónica miseria no logra quitarles es la hondura de la mirada, y la marcadísima identidad de un pueblo con cultura y códigos propios
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