jueves, 10 de septiembre de 2009

Criterios particulares, los del buen Dios...

Nazareth es pobre. Al menos la ciudad vieja, la que alberga los lugares más sagrados para nosotros. Llena de musulmanes, parecida a Encarnación del Paraguay. Con movimiento, sí. Pero pobre, rudimentaria, pueblerina y periférica. Naturalmente, no tiene nada que la adorne especialmente. Más bien hay que decir: tirando a desértico. Seco, con un sol que quema. Polvo y piedra, relieve desnivelado, y otras cuestiones que la deslucen...


Y sin embargo, ese fue el lugar.

Un impacto grande fue ver la casa de María, o bien lo que la tradición retiene como casa de María. Es decir: la casa de la anunciación. Un rancho, cavado en las rocas. Otro tanto la casa de la sagrada familia, de la que hay indicios arqueológicos de culto de las primeras comunidades xnas (esto es un criterio de historicidad muy fuerte: desde el primer tiempo, ene l que seguramente habían  todavía testigos oculares vivos, se veneraron esos lugares como tales. Rancho rancho, más cueva que rancho. Primitivo. Pobre. Elemental. Chico. Incómodo. Hoy diríamos: hasta poco higíenico. Y agrego: oloriento. Porque según consta en las excavaciones de las casas de la época, lo normal era dormir con el bestiame en una parte de la casa, ya reducida por demás. Todos juntos: gallinas, vacas, cerdos, Jesús, José, María...


En aquel momento, Nazareth no tenía más que unas pocas casas. Era un asentamiento. Seguraemente, tanto Jesús como José habrán tenido que ir a la ciudad importante más cercana, para trabajar y hacer entregas de sus artesanías...

Y en esa pobreza extrema, el diálogo que cambió la historia y el lento adentrarse de Dios en la manera humana, para apropiársela hasta el final. Ahí, entre esos ranchos, en esas paredes, Jesús aprendió a rezar, a reconocer al otro, a vencer sus miedos, a confiar, a leer, a todo. Mirando ese paisaje, nada decidor por aquel entonces, ahí se fue haciendo hombre, creyente, salvador, amigo, hermano. Ahí se fue haciendo.

Insisto: todo tan precario...

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