sábado, 19 de septiembre de 2009

Beduinos y barracópolis.


A mi ilusión de niño todavía le duele el golpe que se pegó al caerse de la alfombra voladora en la que sentía hasta el viento en la cara, cuando leía Las mil y  una noches.  Lejos de princesas envueltas en velos traslúcidos, cimitarras  y perfumes imposibles la vida de los beduinos reales sólo se diferencia de la de nuestros pobres en el hecho de que todavía arreglan matrimonios ofreciendo lotes de cabras y camellos. Al menos eso es lo hicieron con la hija de una de nuestro contigente. Quizás en broma, sí. Pero es lo primero que le salió a nuestro guía del Sinaí cuando la vio: "si tu hija es como vos, te la compro por 20 cabras y 2 camellos (famélicos y maltrechos)". Simpático, no?




A la realidad violenta de la pobreza beduina, el italiano que nos guiaba la amortiguaba mostrándonos sus "insediamenti" en el medio del desierto rocoso y llamándolas "barracopoli". ¿No es exótico? Los descendientes del Dante le dan a veces a la crudeza una complejidad y señorío  difíciles de imitar. Para muestra baste un botón: a los afectados por el terremoto de L' Aquila los llamaban "i terremotati" -casi un título universitario- y al tolderío donde todavía viven le llaman: Tendopoli. Si uno se descuida, puede pasar por una antigua y altiva ciudad de la Magna Grecia, en alguna isola perduta del Mediterraneo, de esas que trepan las montañas  y tienen bahías de ensueño sobre aguas demasiado azules.  Pues no. Eran tristes carpas para refugiados. Bueh, de la misma manera, eccoci una legítima  barracopolis beduina..




Lo que la irónica miseria  no logra quitarles es la hondura de la mirada, y la marcadísima identidad de un pueblo con cultura y códigos propios


miércoles, 16 de septiembre de 2009

Nos visitará el sol que nace de lo alto..

La última parte del viaje consistía en cruzar a Egipto para ascender de noche el monte Sinaí, donde Moisés recibió de Dios mismo en persona, la ley que sellaba a modo de pacto de mutua pertenencia, la alianza entre Yahweh y su pueblo. 
Y hacia allí fuimos. Todo un día de viaje para descender hasta Santa Caterina, el pueblo a los pies de este monte donde unos monjes se refugiaron en el siglo III y fundaron un monasterio todavía activo. Allí pasamos la noche, no durmiendo sino ascendiendo. 
A la 1.30  de la mañana estábamos ya preparados para unas 3.30 hs de ascenso en grupo. La luna llena daba la luz justa para que todo fuera elocuente. Un paisaje imponente, escarpado y de ratos peligroso, solitario. El silencio solo era interrumpido por el "galope" de los camellos que a quienes quisimos, nos llevaron hasta un punto determinado. Episodio aparte (les reservo un post para relatarlo), el ascenso fue religioso. Uno podía entender que semejante alianza nunca revocada tenía que tener un marco también acorde a lo que se sellaba. 
Las alturas de a ratos eran un poco irreverentes. El camino seguro dejaba de serlo, y los camellos cansados caminaban demasiado al borde del precipicio rocoso como para estar tranquilos. Así y todo, fuimos avanzando. Se mezclaban idiomas de todos los rincones. 
Y yo pensaba en esta alianza, que ponía a Dios de mi parte. El Dios que era mucho más grande y majestuoso que ese entorno digno de un film. Tan sólido y eterno como esas montañas. Tan insondable como esas grietas que se perdían y podían perdernos a nosotros, si es que nos soltábamos. Todo muy "decidor". Demasiado. Sentirse nada, y valioso a la vez por ser el "partner" de este generosísimo socio que pacta con quien ya sabe lo traicionará. Eso es fortaleza. 
Llegados a mitad de camino, cuando el sendero se puso más escarpado aún, los camellos frenaron. Hasta ahí llegaban.  El resto sería a pie. Unos 700 escalones del todo irregulares, armados de piedras a veces flojas por los monjes de Sta Caterina.
Tomamos un café en una tienda de beduinos, contándonos algo de lo vivido hasta ese momento. Sobre todo como jinetes improvisados de dromedarios cansados. Pero también había un dejo de recogimiento, que sólo se comunicaba con la mirada. 
Seguimos adelante, con el beduino como guía, todos juntos. Y como en Luján, la gente comenzó a cansarse. Algunos solidarios a detenerse y sostenerlos. Otros seguían. 
Hasta que llegamos al punto de la noche en que el frío y el rocío anticipan el amanecer. 
Allá, en silencio de adoración, encaramados en la cumbre y rodeados de peñones y agujas que salmodiaban con nosotros una alabanza espontánea y asombrada, pudimos ver el salir del sol, paso a paso. En cámara lenta. 
Y elegíamos entonces si mirar los precipicios, o sostener la vista en el sol.  Y salió solo el cántico de Zacarías: "por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven tinieblas y en sombras de muerte". 
No era un simple amanecer mágico de película de Disney. Era una vivencia muy simbólica de la misericordia que que se alza sobre la noche de nuestra necedad. Y su triunfo radiante. 
Nadie hablaba demasiado. No hacía falta. ver videito casero

Identidades definidas I

No dejo de pensar en lo curioso de este hecho: en el viaje al encuentro con lo primigenio del cristianismo, en donde podríamos esperar encontrarnos con lo nuestro en estado más puro... nos topamos con lo diverso. Y vaya si lo es! No sólo gente distinta. Matrices culturales distintas. Horizontes de vida, fuentes de inspiración distintos. No sólo es una estética, sino una manera radical de comprender el todo. Cosmovisión, Weltaanschaung, o como quieran llamarla.
En el origen, lo diverso. Y lo propio, claro.
Bendigo nuestra fe, que nos capacita para reconocer esta alteridad como sagrada.  
Si la Jerusalén de hoy es una paradoja y una contradicción viviente, no deja de ser provocativa que la esperanza escatológica de los tres credos que tienen en velo la paz mundial...esté puesta entre sus muros. Misteriosos designios, los del Señor. Mientras, la fisonomía de lo más variopinta, tiene un atractivo especial. 

sábado, 12 de septiembre de 2009

La tercera mezquita en el mundo

Para agregar complejidad a la ciudad, la tercera religión del libro también la considera como sagrada. 

Hay que decir que lo primero que salta a la vista desde fuera del muro, es la cúpula dorada de la Mezquita de Omar, la tercera en importancia luego de la Meca y la que está en Medina. De la ciudad santa mencionada en los salmos como centro de peregrinación y de la que toma el nombre el nuevo reino de los cristianos, lo que sobresale es... la mezquita musulmana. Qué ironías de la historia.

 Y no es sólo la mezquita (construida sobre lo que se dice que fue la roca del sacrificio de Isaac) sino gran parte de lo que en su momento ocupó el templo. Todo pertenece a la administración musulmana. Es sus jardines se reunen miles de seguidores de Mahoma para rezar mirando a la meca. En el antiguo palacio de los reyes cruzados,  también incluido en el predio, se alza una segunda mezquita de cúpula negra.   Unos pocos cientos de metros más adelante, la puerta de la muralla por la que se dice que volverá Mahoma, junto a Jesús y a  Moisés, que por el momento está sellada (y un tanto descuidada).

Para entrar debimos sacarnos cualquier signo confesional. Ni cruces, ni biblias, ni ropa de cura. Totalmente neutros, al menos en aspecto. Todo muy sugerente.

Para rematar, casi saliendo por otro costado, nos topamos con un colegio para mujeres que desde lejos parecían religiosas de votos simples. No: son adolescentes en recreo.

viernes, 11 de septiembre de 2009

Escondidos con Cristo en Dios... (Col ...).

Creo que todo el blog es una gran introducción a este relato que ahora comienzo. Ya en algo anticipado, el martes 4 de septiembre decidimos pasar con Juan la noche entera en oración, dentro del Santo Sepulcro.  Alguien había comentado de la posibilidad, y nos tentó sobremanera.  Solemos perder tanto tiempo en charlas vagas, que un rato de contemplación en el lugar más sagrado parecía una buena inversión. 

Arreglos hechos con brother Greg, el capo de los franciscanos, a las 8.15 pm nos "apersonamos" munidos de almohada, agua y un buen equipo de mate. Nadie sabía muy bien que ibamos a hacer adentro, pero por las dudas... 

Presenciamos el ritual de cierre, que sigue un estricto ceremonial desde el tiempo de la declaración del status quo, hace unos 3 siglos aprox. Llega un representante de cada uno de las confesiones. El  ortodoxo cierra las dos hojas de la puerta. Abre una ventanita. Desde afuera un musulmán le pasa una escalerita por una ventana minúscula. Este la usa para cerrar con llave un candado que bloquea la puerta a dos metros  del suelo.  Por esa misma ventana pasa la llave, y el buen moro se la lleva a su casa hasta las 5 am del día siguiente. Todo cumplido con cierta circunspección.
Al rato, nos liberan y nos dicen: don´t sleep, don´t sing and don´t use candles. Esas eran las reglas. Avanzamos por la basílica, y descubrimos que la recámara con el sepulcro estaba abierta. Preguntamos y nos dieron el ok: pueden estar ahí, DENTRO DEL SEPULCRO, hasta media noche.

No podíamos creerlo. 3 horas para rezar en el lugar de la resurrección. Era demasiado.  Hacia allí  avancé yo, con todo mi cuerpo y mi incredulidad y me quebré. Demasiado fuerte. Primero estallé en llanto, desbordado por el hecho de estar sentado por horas dentro del lugar donde la historia se hace transhistoria. El centro del universo, según nuestra fe. El centro geográfico de la nueva creación, bajo mis brazos.
Besé y toqueteé, acaricié ese mármol como si fuera mi hijo. Al rato, sobrevino el silencio. El cuarto era pequeño, y daba la sensación de estar contenido casi en un útero divino. Las luces tenues y la piedad de Juan ayudaban a concentrarse. No queríamos irnos.
Luego, vino ese párrafo de Colosenses a la mente: estamos muertos, y nuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Acurrucados, injertados en una Vida con mayúsculas, regenerados.  Y de a dos. No era un dato menor. Se me cruzó entonces la idea de qué era la amistad, sino esto que estábamos viviendo: habitar la  resurrección junto con otros, y compartirla siempre mirándolo a Él. Sin mucho que decir, sino gozando de la Presencia, en la misma sintonía. 
Juan sugirió leer los relatos de la pasión. Leímos varios. Pero algo sucedió al leer el de Juan, en la parte del diálogo del ángel con las mujeres que van al sepulcro, a ungir el cadáver de Jesús. "No está aquí, ha resucitado. Vean dónde lo han puesto". Ese texto, mil veces escuchado en tantas vigilias y misas... hoy tenía un escenario diverso: el original. Y así fue: miramos donde lo habían puesto. Y descubrimos, con serena sorpresa, que estaba vacío. Que esa presencia resucitada, se manifiesta en ... un hueco y en la nada. Todo lo que humanamente se experimenta de ese misterio nuclear... es un sepulcro deshabitado.
En simultáneo, confluían la experiencia de fe de estar contenidos y rodeados de esa fuerza resucitadora, y la experiencia sensible que se corresponde: el vacío. Sólo dos posibles miradas: o ausencia absoluta, o presencia desbordante. Elegimos la segunda, recibiéndola como don.
Y a partir de allí, no puedo no leer mis vacíos sino como un discreto testimonio de una vida que se hace presente en grado eminente, y por eso desborda. La presencia en la ausencia. El vacío como encuentro de la plenitud más honda. El vacío como condición de la plenitud.
Hubo un quiebre interior, una certeza donada: la de haber sido ganado por la resurrección, de una vez y para siempre.  Una certeza fundante, de esas que vienen dadas. Me conquistó, sin quererlo. Me pudo, y me dejé seducir.
Ese sepulcro caló hondo. Tengo la sospecha que tengo que dejarme impregnar de esa resurrección en todos los planos de mi persona. Mi afectividad, mi racionalidad, mi memoria. Mi cuerpo, mi espíritu. Todo, ganado por la resurrección. Mi inteligencia, mi voluntad, mi manera de reaccionar, de tratar al resto, de mirar las pobrezas ajenas, de todo lo que me involucre de alguna forma. 

Somos uno entre muchos...

No es un dato menor: Jerusalén ya no es un reino cruzado. Los cristianos somos la tercera fuerza religiosa, la más débil también.  Muchos nos tienen como el colchón, o el factor de equilibrio. Puede que así sea. Lo cierto, es que la mayoría aplastante romana, acá no tiene nada que hacer. 

Y esto es algo que se siente y se respira. Todo el tiempo.


Una mañana comenzamos el recorrido por la puerta de Damasco, la más comercial y con más belleza arquitectónica, de las que quedan en pié. Territorio musulmán, claro está. Con un gran mercado que al principio atrae y rato nomás cansa y aturde, por la cantidad de gente, de ruidos, por lo violento de los vendedores y sobre todo, por la percepción de que somos extraños y ajenos a una cultura y un modo de ser bien  oriental. 

Así y todo, el encanto se resiste a dejar la ruta. Alfombras y tejidos colgados de las paredes, chaquetas de seda bordadas, traidas de Cachemira, excelentes trabajos en madreperla, antigüedades llamativas, precios convenientes. Música árabe de fondo, a modo de cumbia en la Salada. Pero con más exotismo.

En ese cambalache, avanzamos hacia el museo de la flagelación, y comenzamos el Via Crucis por la Vía Dolorosa, un itinerario marcado por la tradición que tiene siglos. Claro que la vía Dolorosa es la misma calle del mercado o souk, mercado musulmán. En la segunda estación nos atacaron. 

Un árabe medio trastornado vio parar al grupo de 40 turistas delante de su negocio, y en medio de la oración empezó a los gritos exigiendo que entráramos. Cuando el guía le reclamó silencio por la oración,  lo empujó. Me puse en medio de los dos, para ver si mi tamaño zanjaba la cuestión. Y la violencia aumentó. El hombre empezó a gritar: -"Basta"!, varias veces. Escupió al costado, en señal de desprecio. 

Seguimos en medio de ese corso a contramano. Llegamos a una estación marcada, debajo de la cual habían tres chiquitas musulmanas, peleándose a los gritos. No existimos para ellas. Durante toda la estación, miramos azorados como seguían gritándose, insultándose y zamarreándose a 20 cm del guía, sin registrarnos siquiera. Sin un mínimo de silencio y respeto por la piedad del otro.

Podría seguir con el relato, pero no agregaría nada nuevo. Así fue hasta la última estación, dentro del Santo sepulcro, ya entre cristianos. 
Llegar  a Jerusalén desde Roma es fuerte. La Iglesia triunfante, rica y poderosa, cede a la pobre, a la minoritaria, testimonial. A la que es una entre muchos. Una iglesia que sigue siendo mártir, sin reclamar una autoridad que sabe que no tiene. Sirve a la paz, y da testimonio de su razón de ser. Nada más.

Son tiempos distintos, es verdad. Pero resuenan todavía en mi mente las palabras del obispo de Nazareth: la iglesia madre es Jerusalén, no Roma. La originaria, la madre de la madre, es Jerusalén. Creo que vale la pena reconocerse en esta iglesia pobre, y frágil, pero fiel y profundamente radical. No por casualidad es la raíz de todas las otras...

Welcome to the Jewish Quartier!



 De la West Wall Road, que en realidad es un senderito, uno sale al Jewish Quartier, en el que a nadie le queda duda de quién marca la identidad de este pueblo.


En este barrio, todo es profundamente hebreo. Desde las pizzas hasta lo que se vende. Ser hebreo no es sólo pertenecer a una etnia, sino una cosmovisión que se abraza desde pequeño. La cultura, el hogar, los objetos, los cantos, el vestido, la música, la comida, el idioma. Todo zanjado por una alianza.


Todo ámbito de la vida remite a este pacto. Son pertenencia de Dios. No se tienen a sí mismos. Por lo tanto, todo es según él prescribe.

Admiro y respeto muchísimo el sentido de identidad que tiene esta gente, por el que sufren tanto. (me mantengo al margen de cualquier discusión sobre sionismo o lo que venga detrás. Simplemente señalo esta verdad patente, y me encantaría que podamos asumir con serenidad y orgullo nuestra identidad cristiana, impregnándola en la cultura. 

Destrúyanlo y lo reconstruiré en 3 días... (Jn 2,19)


Es difícil hablar con sencillez y brevedad de hondísimo significado existencial, teológico, espiritual y claro, político del templo para el pueblo de Israel y también para nosotros.


Quizás baste recordar que es el lugar de la presencia más densa de Dios sobre la tierra.  La alianza establecida entre Dios y su pueblo a través de Moisés en el Monte Sinaí, cuyo contrato son los 10 mandamientos, custodia este acuerdo de mutua pertenencia en una de las recámaras de este espacio tan particular. Construido por Salomón, el legendario y sabio rey que logró unificar a Israel en su capital y le dio un esplendor incomparable, destruido en la época del exilio y reconstruido luego en época de Herodes, vuelve a caer en tiempos de los romanos luego de la revuelta de Jamnia en el año 71 después de Cristo.

Alcanzó dimensiones monumentales. Fue la construcción romana (qué paradoja!) más impresionante fuera del centro imperial. Cubría casi la mitad de la ciudad vieja, y en torno a él se movía la vida religiosa, económica y política de la Palestina. Hasta se habían diseñado enormes cisternas subterráneas para proveer a los ritos de purificación prescriptos por la ley. Con diferentes patios, escaleras, espacios para gentiles, para cambistas, para la compra de los animales para el sacrificio, y una prohibición explicita de acceso para cualquier no judío, so pena de muerte.

Este centro de peregrinación y espiritualidad, desde el 70 de nuestra era es sólo una ruina. Una identidad destruida. El máximo dolor de nuestros hermanos mayores, que todavía no logran descubrir la misteriosa transposición de esta residencia de Dios en la tierra.  Si de ellos aprendiéramos al menos la devoción y el fervor en la veneración de lo que queda de la presencia del Dios trascendente... entenderíamos un poco más la hondura de lo que transmite Jesús en estos textos.

Es por eso que ver la fidelidad de esta gente al menos a mí me mueve y conmueve. Porque deciden definir su vida en torno a esta presencia, aún remota y totalmente trascendente. Porque viven de la esperanza en la reconstrucción de este templo. Porque aún en los momentos más felices de su vida, recuerdan este hecho de la destrucción para alimentar la esperanza de la reconstrucción de este recinto, del reestablecimiento de esta presencia. Este es el significado de la pintoresca copa de cristal rota en cualquier ceremonia nupcial hebrea.

Las filacterias,  esas cajitas que contienen también el Shemá Israel prescripto en el Deuteronomio y que se colocan en la cabeza (Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Graba en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy. Incúlcalas a tus hijos, y háblales de ellas cuando estés en tu casa y cuando vayas de viaje, al acostarte y al levantarte. Atalas a tu mano como un signo, y que estén como una marca sobre tu frente.Escríbelas en las puertas de tu casa y en sus postes Dt. 6,4-9), de las que salen cintas que se enroscan en los brazos para no olvidar jamás el mandamiento que también rige para nosotros, hablan de una existencia que quiere ser envuelta por la fidelidad y la radicalidad.

El mecerse devotamente al ritmo letánico ( http://www.youtube.com/watch?v=MSI6zXbN5tE ) de lo que recitan quiere simplemente incorporar al cuerpo en esta alabanza nostálgica. Maravilloso. Conmovedor.

Pues bien, para nuestra fe, la cita con Dios no es más en  un lugar físico - geográfico. El templo, como bien dice la cita de Jn 2 , es el cuerpo del crucificado - resucitado.  La cita es en Xto. Un espacio físico-personal-comunitario. Es decir: el Templo es Cristo. El lugar donde Dios habita, y dónde se deja alcanzar, es la humanidad crucificada y resucitada de su Hijo, a  la cual estamos unidos sacramentalmente por el bautismo.

Si el templo es Cristo, y como en él fuimos bautizados, somos su cuerpo. El templo somos también nosotros. Como piedras vivas según Pedro, pero también en tanto miembros de este cuerpo, del cual Cristo es la cabeza. No quiero ponerme en profesor. No es el momento. Simplemente, marcar el desplazamiento más que interesante del centro de devoción. De un lugar físico geográfico, a uno  personal que en principio es trascencente, pero de una trascendencia que incluye la historia, y nos incluye a nosotros. El centro de devoción es el cuerpo de Cristo, presente en los hermanos.

Si veneráramos al otro como esta gente venera este muro, sería todo tan diferente... Mateo 25 muestra el nuevo muro: el hambriento, el sediento, el enfermo, el preso. El otro, en tanto asumido por Cristo. 

Más curiosidades de la ciudad nueva, by night

Jerusalén no sólo es la reliquia viva  y el corazón de la fe hebrea, el símbolo más fuerte de lo escatológico para los cristianos y la ciudad en la que llegará Mahoma, junto a Moisés y Jesús, en una especie de parusía musulmana. 
Es una ciudad moderna, más allá de los muros, donde confluyen el diálogo con la modernidad más avanzada con una búsqueda de afirmación de la identidad que claramente hunde sus raíces en la alianza de Yaweh con Moisés. 
De dos afluentes... tenemos algunos rastros... Mc Donald's hebreo..., quipás cancheros de boca juniors, o con la cara del Diego, remeras un tanto yankis que dicen : guns and moses, don't worry be jew y otras cosas divertidas. 

La escalera del escándalo

Noche mediante en el hotel hebreo y luego de un  desayuno abundante pero kosher (puro según las normas judías de la alimentación: nada de cerdo, fiambres derivados, por ejemplo...), enfilamos para lo que nuestra fe considera el centro de Jerusalén: el santo sepulcro. 

Recorrimos casi las mismas calles que pocas horas antes de camino al muro de los lamentos, y tuvimos una introducción en el "atrio" de la iglesia, que nos puso al tanto de cómo era la situación ecuménica (entre cristianos) de gestión de nuestro lugar más sagrado. Escandalosa. 

Hoy el Santo Sepulcro es "propiedad" de los ortodoxos, pero también es atendida por franciscanos (latinos en la jerga), hay armenios y además, coptos. La llave, la tiene una familia musulmana desde hace siglos. Y cada tanto, estallan dentro del templo discusiones entre clérigos que llegan fácilmente a las manos. Esta hostilidad se respira ni bien se entra. 

Parece que toda la vida fue así. Signo de este desentendimiento crónico es una escalera que se encuentra en la fachada principal, desde hace unos ... tres siglos aproximadamente. Tal fue la pelea por el predominio, que en ese entonces declararon un Status Quo. Todo debía permanecer exactamente como estaba hasta ese momento. Así las cosas, la escalera  que estaba ocasionalmente puesta para algún arreglo pasajero quedó fija en la fachada, y hoy es parte del paisaje. Todo un ícono de la incomunicación entre cristianos, de la inmovilidad eclesial ante los desafíos de nuestro tiempo, de los frutos del no diálogo en cualquier ámbito, pero especialmente en el religioso. Lo que sirve para ascender, acá es un fósil víctima de la voluntad de poder. Así no llegamos a ningún lado...

Esto mismo se vive adentro. Un templo de origen constantiniano (construido sobre restos de un templo pagano que se fijó para distraer la atención al primigenio lugar de culto de los protocristianos) pero de actual matriz cruzada. Lejos de ser uniforme, tiene mil vericuetos y capillas, con una "edícola" de líneas rusas que encierra el antiquísimo santo sepulcro, que contrasta con el estilo cruzado.  El humor de los que controlan es de perros. Cada uno con su atuendo típico, propio de una National Geographic, ordena de mal modo el afluir constante de turistas, creyentes o simples curiosos  que se agolpan para ver la mayor atracción arqueológica del cristianismo: el lugar de la resurrección.  Así nuestra mayor reliquia, está envuelta en el manto de la concordia forzada y frágil... 

Curiosidades de la Jerusalén nocturna

Parte del encanto de recorrer la ciudad santa de noche, es poder participar de parte de su vida cotidiana pero al resguardo del frenesí diurno de habitantes y turistas. Las calles bucólicas, los detalles curiosos, los pasadizos y arcadas que habrán conducido a  distintas oleadas de invasores cristianos, hebreos o musulmanes. 

Abajo pueden ver: un negocio de Judaica, o bien todo lo que se refiere a la cultura y religión judía.  La foto de una maqueta del templo, varias de las callecitas empedradas y angostas, y finalmente algo realmente llamativo, que fusiona una lengua muerta resucitada  (sabrán que el hebreo fue una lengua muerta hasta fines del siglo 19, y que artificialmente la hicieron resurgir y hoy es hablada por millones en todo el mundo) y un habito también ancestral como el de los graffittis, pero apropiado hoy por los jóvenes. 

Terminada la cena, huimos para la ciudad antigua y zas...

Entramos por una de las puertas más famosas: la de Jafa.  Desde esa puerta de la muralla  construida por Solimán el Magnífico (el sultán que quitó Jerusalén al reino cruzado...), sale una calle en la que desembocan las arterias que recorren dos de los cuatro barrios de la vieja Jerusalén: el armenio y el árabe o musulmán.

Estábamos curiosos por una ciudad que aún de noche mantenía su vida. Nos abrimos paso por las callecitas antiguas de un mercado recorrido por muchos turistas primero, y muchos musulmanes después. Descendimos por escaleritas bordeadas de locales desde donde los vendedores literalmente te cazan. Adivinan tu nacionalidad y te invitan en tu lengua materna a entrar en sus mercaditos, para que aproveches el precio especialísimo que como grandes amigos ellos te ofrecen. Venden de todo: quipás judíos, menorah (candelabros de 7 brazos), cruces, turbantes y pañuelos árabes, rosarios, etc. De todo. 
Avanzando por ese mar de sirenas, nos topamos con cientos de musulmanes que salían de su oración del Ramadán. Todos en contramano, por esas calles angostas. Un poco intimidante.
Así, sorteando árabes por los cuatro costados llegamos a una esquina custodiada por soldados armados hasta los dientes. Jóvenes, de no más de 20 años. Nos dejaron pasar, y en cuestión de metros quedaron atrás los Omares, Abdules y Zairas y comenzaron a aparecer Rebecas, Isaacs y Salomones. El paisaje cambió bruscamente, y a la luz de la luna, encontramos un cartel que decía: West Wall Rd. Tomamos ese  pasadizo y ... llegamos. Ahí estaba, iluminado por una luz mágica. con la cúpula de la mezquita de fondo: el muro de los lamentos.
Ese muro, en el que desde el año 70 d.C. todos los hebreos rezan esperando la reconstrucción del templo definitivo. Ese muro, único testigo certero de las muchas visitas de Jesús al gran Templo. Gran lugar de oración, de concentración de toda una fe que surge cada vez más purificada en su estilo y en su fondo. 
Una experiencia impactante. 

Todo lo que podíamos esperar, y más. Allí había piedad. Mucha. Jóvenes, ancianos, judíos rusos, niños, de todo tipo, arropados en sus típicos vestidos, con los quetubim, las filacterias, los kipas, sus sombreros, sus libros de salmos y oraciones, repitiendo orgullosos las plegarias que los acercan a Dios. Bamboleando el cuerpo una y otra vez, porque los músculos también deben alzarse en oración al Señor. Aún de noche, este lugar estaba en plena alabanza, concentrada. Llegamos a la reserva de la identidad creyente, o la identidad sin más, de nuestros hermanos mayores los judios.