sábado, 19 de septiembre de 2009

Beduinos y barracópolis.


A mi ilusión de niño todavía le duele el golpe que se pegó al caerse de la alfombra voladora en la que sentía hasta el viento en la cara, cuando leía Las mil y  una noches.  Lejos de princesas envueltas en velos traslúcidos, cimitarras  y perfumes imposibles la vida de los beduinos reales sólo se diferencia de la de nuestros pobres en el hecho de que todavía arreglan matrimonios ofreciendo lotes de cabras y camellos. Al menos eso es lo hicieron con la hija de una de nuestro contigente. Quizás en broma, sí. Pero es lo primero que le salió a nuestro guía del Sinaí cuando la vio: "si tu hija es como vos, te la compro por 20 cabras y 2 camellos (famélicos y maltrechos)". Simpático, no?




A la realidad violenta de la pobreza beduina, el italiano que nos guiaba la amortiguaba mostrándonos sus "insediamenti" en el medio del desierto rocoso y llamándolas "barracopoli". ¿No es exótico? Los descendientes del Dante le dan a veces a la crudeza una complejidad y señorío  difíciles de imitar. Para muestra baste un botón: a los afectados por el terremoto de L' Aquila los llamaban "i terremotati" -casi un título universitario- y al tolderío donde todavía viven le llaman: Tendopoli. Si uno se descuida, puede pasar por una antigua y altiva ciudad de la Magna Grecia, en alguna isola perduta del Mediterraneo, de esas que trepan las montañas  y tienen bahías de ensueño sobre aguas demasiado azules.  Pues no. Eran tristes carpas para refugiados. Bueh, de la misma manera, eccoci una legítima  barracopolis beduina..




Lo que la irónica miseria  no logra quitarles es la hondura de la mirada, y la marcadísima identidad de un pueblo con cultura y códigos propios


miércoles, 16 de septiembre de 2009

Nos visitará el sol que nace de lo alto..

La última parte del viaje consistía en cruzar a Egipto para ascender de noche el monte Sinaí, donde Moisés recibió de Dios mismo en persona, la ley que sellaba a modo de pacto de mutua pertenencia, la alianza entre Yahweh y su pueblo. 
Y hacia allí fuimos. Todo un día de viaje para descender hasta Santa Caterina, el pueblo a los pies de este monte donde unos monjes se refugiaron en el siglo III y fundaron un monasterio todavía activo. Allí pasamos la noche, no durmiendo sino ascendiendo. 
A la 1.30  de la mañana estábamos ya preparados para unas 3.30 hs de ascenso en grupo. La luna llena daba la luz justa para que todo fuera elocuente. Un paisaje imponente, escarpado y de ratos peligroso, solitario. El silencio solo era interrumpido por el "galope" de los camellos que a quienes quisimos, nos llevaron hasta un punto determinado. Episodio aparte (les reservo un post para relatarlo), el ascenso fue religioso. Uno podía entender que semejante alianza nunca revocada tenía que tener un marco también acorde a lo que se sellaba. 
Las alturas de a ratos eran un poco irreverentes. El camino seguro dejaba de serlo, y los camellos cansados caminaban demasiado al borde del precipicio rocoso como para estar tranquilos. Así y todo, fuimos avanzando. Se mezclaban idiomas de todos los rincones. 
Y yo pensaba en esta alianza, que ponía a Dios de mi parte. El Dios que era mucho más grande y majestuoso que ese entorno digno de un film. Tan sólido y eterno como esas montañas. Tan insondable como esas grietas que se perdían y podían perdernos a nosotros, si es que nos soltábamos. Todo muy "decidor". Demasiado. Sentirse nada, y valioso a la vez por ser el "partner" de este generosísimo socio que pacta con quien ya sabe lo traicionará. Eso es fortaleza. 
Llegados a mitad de camino, cuando el sendero se puso más escarpado aún, los camellos frenaron. Hasta ahí llegaban.  El resto sería a pie. Unos 700 escalones del todo irregulares, armados de piedras a veces flojas por los monjes de Sta Caterina.
Tomamos un café en una tienda de beduinos, contándonos algo de lo vivido hasta ese momento. Sobre todo como jinetes improvisados de dromedarios cansados. Pero también había un dejo de recogimiento, que sólo se comunicaba con la mirada. 
Seguimos adelante, con el beduino como guía, todos juntos. Y como en Luján, la gente comenzó a cansarse. Algunos solidarios a detenerse y sostenerlos. Otros seguían. 
Hasta que llegamos al punto de la noche en que el frío y el rocío anticipan el amanecer. 
Allá, en silencio de adoración, encaramados en la cumbre y rodeados de peñones y agujas que salmodiaban con nosotros una alabanza espontánea y asombrada, pudimos ver el salir del sol, paso a paso. En cámara lenta. 
Y elegíamos entonces si mirar los precipicios, o sostener la vista en el sol.  Y salió solo el cántico de Zacarías: "por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven tinieblas y en sombras de muerte". 
No era un simple amanecer mágico de película de Disney. Era una vivencia muy simbólica de la misericordia que que se alza sobre la noche de nuestra necedad. Y su triunfo radiante. 
Nadie hablaba demasiado. No hacía falta. ver videito casero

Identidades definidas I

No dejo de pensar en lo curioso de este hecho: en el viaje al encuentro con lo primigenio del cristianismo, en donde podríamos esperar encontrarnos con lo nuestro en estado más puro... nos topamos con lo diverso. Y vaya si lo es! No sólo gente distinta. Matrices culturales distintas. Horizontes de vida, fuentes de inspiración distintos. No sólo es una estética, sino una manera radical de comprender el todo. Cosmovisión, Weltaanschaung, o como quieran llamarla.
En el origen, lo diverso. Y lo propio, claro.
Bendigo nuestra fe, que nos capacita para reconocer esta alteridad como sagrada.  
Si la Jerusalén de hoy es una paradoja y una contradicción viviente, no deja de ser provocativa que la esperanza escatológica de los tres credos que tienen en velo la paz mundial...esté puesta entre sus muros. Misteriosos designios, los del Señor. Mientras, la fisonomía de lo más variopinta, tiene un atractivo especial. 

sábado, 12 de septiembre de 2009

La tercera mezquita en el mundo

Para agregar complejidad a la ciudad, la tercera religión del libro también la considera como sagrada. 

Hay que decir que lo primero que salta a la vista desde fuera del muro, es la cúpula dorada de la Mezquita de Omar, la tercera en importancia luego de la Meca y la que está en Medina. De la ciudad santa mencionada en los salmos como centro de peregrinación y de la que toma el nombre el nuevo reino de los cristianos, lo que sobresale es... la mezquita musulmana. Qué ironías de la historia.

 Y no es sólo la mezquita (construida sobre lo que se dice que fue la roca del sacrificio de Isaac) sino gran parte de lo que en su momento ocupó el templo. Todo pertenece a la administración musulmana. Es sus jardines se reunen miles de seguidores de Mahoma para rezar mirando a la meca. En el antiguo palacio de los reyes cruzados,  también incluido en el predio, se alza una segunda mezquita de cúpula negra.   Unos pocos cientos de metros más adelante, la puerta de la muralla por la que se dice que volverá Mahoma, junto a Jesús y a  Moisés, que por el momento está sellada (y un tanto descuidada).

Para entrar debimos sacarnos cualquier signo confesional. Ni cruces, ni biblias, ni ropa de cura. Totalmente neutros, al menos en aspecto. Todo muy sugerente.

Para rematar, casi saliendo por otro costado, nos topamos con un colegio para mujeres que desde lejos parecían religiosas de votos simples. No: son adolescentes en recreo.

viernes, 11 de septiembre de 2009

Escondidos con Cristo en Dios... (Col ...).

Creo que todo el blog es una gran introducción a este relato que ahora comienzo. Ya en algo anticipado, el martes 4 de septiembre decidimos pasar con Juan la noche entera en oración, dentro del Santo Sepulcro.  Alguien había comentado de la posibilidad, y nos tentó sobremanera.  Solemos perder tanto tiempo en charlas vagas, que un rato de contemplación en el lugar más sagrado parecía una buena inversión. 

Arreglos hechos con brother Greg, el capo de los franciscanos, a las 8.15 pm nos "apersonamos" munidos de almohada, agua y un buen equipo de mate. Nadie sabía muy bien que ibamos a hacer adentro, pero por las dudas... 

Presenciamos el ritual de cierre, que sigue un estricto ceremonial desde el tiempo de la declaración del status quo, hace unos 3 siglos aprox. Llega un representante de cada uno de las confesiones. El  ortodoxo cierra las dos hojas de la puerta. Abre una ventanita. Desde afuera un musulmán le pasa una escalerita por una ventana minúscula. Este la usa para cerrar con llave un candado que bloquea la puerta a dos metros  del suelo.  Por esa misma ventana pasa la llave, y el buen moro se la lleva a su casa hasta las 5 am del día siguiente. Todo cumplido con cierta circunspección.
Al rato, nos liberan y nos dicen: don´t sleep, don´t sing and don´t use candles. Esas eran las reglas. Avanzamos por la basílica, y descubrimos que la recámara con el sepulcro estaba abierta. Preguntamos y nos dieron el ok: pueden estar ahí, DENTRO DEL SEPULCRO, hasta media noche.

No podíamos creerlo. 3 horas para rezar en el lugar de la resurrección. Era demasiado.  Hacia allí  avancé yo, con todo mi cuerpo y mi incredulidad y me quebré. Demasiado fuerte. Primero estallé en llanto, desbordado por el hecho de estar sentado por horas dentro del lugar donde la historia se hace transhistoria. El centro del universo, según nuestra fe. El centro geográfico de la nueva creación, bajo mis brazos.
Besé y toqueteé, acaricié ese mármol como si fuera mi hijo. Al rato, sobrevino el silencio. El cuarto era pequeño, y daba la sensación de estar contenido casi en un útero divino. Las luces tenues y la piedad de Juan ayudaban a concentrarse. No queríamos irnos.
Luego, vino ese párrafo de Colosenses a la mente: estamos muertos, y nuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Acurrucados, injertados en una Vida con mayúsculas, regenerados.  Y de a dos. No era un dato menor. Se me cruzó entonces la idea de qué era la amistad, sino esto que estábamos viviendo: habitar la  resurrección junto con otros, y compartirla siempre mirándolo a Él. Sin mucho que decir, sino gozando de la Presencia, en la misma sintonía. 
Juan sugirió leer los relatos de la pasión. Leímos varios. Pero algo sucedió al leer el de Juan, en la parte del diálogo del ángel con las mujeres que van al sepulcro, a ungir el cadáver de Jesús. "No está aquí, ha resucitado. Vean dónde lo han puesto". Ese texto, mil veces escuchado en tantas vigilias y misas... hoy tenía un escenario diverso: el original. Y así fue: miramos donde lo habían puesto. Y descubrimos, con serena sorpresa, que estaba vacío. Que esa presencia resucitada, se manifiesta en ... un hueco y en la nada. Todo lo que humanamente se experimenta de ese misterio nuclear... es un sepulcro deshabitado.
En simultáneo, confluían la experiencia de fe de estar contenidos y rodeados de esa fuerza resucitadora, y la experiencia sensible que se corresponde: el vacío. Sólo dos posibles miradas: o ausencia absoluta, o presencia desbordante. Elegimos la segunda, recibiéndola como don.
Y a partir de allí, no puedo no leer mis vacíos sino como un discreto testimonio de una vida que se hace presente en grado eminente, y por eso desborda. La presencia en la ausencia. El vacío como encuentro de la plenitud más honda. El vacío como condición de la plenitud.
Hubo un quiebre interior, una certeza donada: la de haber sido ganado por la resurrección, de una vez y para siempre.  Una certeza fundante, de esas que vienen dadas. Me conquistó, sin quererlo. Me pudo, y me dejé seducir.
Ese sepulcro caló hondo. Tengo la sospecha que tengo que dejarme impregnar de esa resurrección en todos los planos de mi persona. Mi afectividad, mi racionalidad, mi memoria. Mi cuerpo, mi espíritu. Todo, ganado por la resurrección. Mi inteligencia, mi voluntad, mi manera de reaccionar, de tratar al resto, de mirar las pobrezas ajenas, de todo lo que me involucre de alguna forma. 

Somos uno entre muchos...

No es un dato menor: Jerusalén ya no es un reino cruzado. Los cristianos somos la tercera fuerza religiosa, la más débil también.  Muchos nos tienen como el colchón, o el factor de equilibrio. Puede que así sea. Lo cierto, es que la mayoría aplastante romana, acá no tiene nada que hacer. 

Y esto es algo que se siente y se respira. Todo el tiempo.


Una mañana comenzamos el recorrido por la puerta de Damasco, la más comercial y con más belleza arquitectónica, de las que quedan en pié. Territorio musulmán, claro está. Con un gran mercado que al principio atrae y rato nomás cansa y aturde, por la cantidad de gente, de ruidos, por lo violento de los vendedores y sobre todo, por la percepción de que somos extraños y ajenos a una cultura y un modo de ser bien  oriental. 

Así y todo, el encanto se resiste a dejar la ruta. Alfombras y tejidos colgados de las paredes, chaquetas de seda bordadas, traidas de Cachemira, excelentes trabajos en madreperla, antigüedades llamativas, precios convenientes. Música árabe de fondo, a modo de cumbia en la Salada. Pero con más exotismo.

En ese cambalache, avanzamos hacia el museo de la flagelación, y comenzamos el Via Crucis por la Vía Dolorosa, un itinerario marcado por la tradición que tiene siglos. Claro que la vía Dolorosa es la misma calle del mercado o souk, mercado musulmán. En la segunda estación nos atacaron. 

Un árabe medio trastornado vio parar al grupo de 40 turistas delante de su negocio, y en medio de la oración empezó a los gritos exigiendo que entráramos. Cuando el guía le reclamó silencio por la oración,  lo empujó. Me puse en medio de los dos, para ver si mi tamaño zanjaba la cuestión. Y la violencia aumentó. El hombre empezó a gritar: -"Basta"!, varias veces. Escupió al costado, en señal de desprecio. 

Seguimos en medio de ese corso a contramano. Llegamos a una estación marcada, debajo de la cual habían tres chiquitas musulmanas, peleándose a los gritos. No existimos para ellas. Durante toda la estación, miramos azorados como seguían gritándose, insultándose y zamarreándose a 20 cm del guía, sin registrarnos siquiera. Sin un mínimo de silencio y respeto por la piedad del otro.

Podría seguir con el relato, pero no agregaría nada nuevo. Así fue hasta la última estación, dentro del Santo sepulcro, ya entre cristianos. 
Llegar  a Jerusalén desde Roma es fuerte. La Iglesia triunfante, rica y poderosa, cede a la pobre, a la minoritaria, testimonial. A la que es una entre muchos. Una iglesia que sigue siendo mártir, sin reclamar una autoridad que sabe que no tiene. Sirve a la paz, y da testimonio de su razón de ser. Nada más.

Son tiempos distintos, es verdad. Pero resuenan todavía en mi mente las palabras del obispo de Nazareth: la iglesia madre es Jerusalén, no Roma. La originaria, la madre de la madre, es Jerusalén. Creo que vale la pena reconocerse en esta iglesia pobre, y frágil, pero fiel y profundamente radical. No por casualidad es la raíz de todas las otras...

Welcome to the Jewish Quartier!



 De la West Wall Road, que en realidad es un senderito, uno sale al Jewish Quartier, en el que a nadie le queda duda de quién marca la identidad de este pueblo.


En este barrio, todo es profundamente hebreo. Desde las pizzas hasta lo que se vende. Ser hebreo no es sólo pertenecer a una etnia, sino una cosmovisión que se abraza desde pequeño. La cultura, el hogar, los objetos, los cantos, el vestido, la música, la comida, el idioma. Todo zanjado por una alianza.


Todo ámbito de la vida remite a este pacto. Son pertenencia de Dios. No se tienen a sí mismos. Por lo tanto, todo es según él prescribe.

Admiro y respeto muchísimo el sentido de identidad que tiene esta gente, por el que sufren tanto. (me mantengo al margen de cualquier discusión sobre sionismo o lo que venga detrás. Simplemente señalo esta verdad patente, y me encantaría que podamos asumir con serenidad y orgullo nuestra identidad cristiana, impregnándola en la cultura.